​
El trauma se puede definir como “la enfermedad que no te permite estar presente”.
El trauma es una cosa del pasado, pero el cuerpo sigue reaccionando como si estuvieras aún ante un peligro inminente. Estos “detonantes” transforman el mundo interno en un campo minado. Al menos el trauma en sí tiene un comienzo, medio y fin, pero esos “detonantes” pueden volver en cualquier momento, en las situaciones más inoportunas. El problema no se trata solamente de lo que ocurre dentro de nuestras mentes o incluso de nuestros cuerpos, sino que el trauma afecta al organismo en su totalidad.
Las personas que han sido lastimadas finalmente encuentran una forma de protección física contra los mensajes de peligro y disolución que su cuerpo envía constantemente, estos mensajes no son bien recibidos y se activa un mecanismo de protección contra ellos. Las personas que tienen este miedo todo el tiempo desarrollan cuerpos que de alguna forma se protegen contra este estado de ansiedad. Existe una multiplicidad de formas de protección, y muchxs sobrevivientes de trauma, inconscientemente tratan diversas maneras de protegerse, una tras otra. Preocupadxs por perder el control, pueden endurecer sus músculos, lo que automáticamente les evita relajarse y simplemente fluir ante cualquier situación.
Por otro lado, esta tensión desemboca en enfermedades físicas tales como espasmos musculares, migrañas, fibromialgia y dolores crónicos, entre otras. La medicina ha comenzado a reconocer que “la psicología tradicional” se dirige a los elementos cognitivos y emocionales del trauma, pero carece de técnicas que trabajen directamente con los efectos fisiológicos a pesar del hecho de que el trauma afecta profundamente el cuerpo y muchos de los síntomas de las víctimas traumatizadas están somatizados. Las personas que están desconectadas de su cuerpo físico responden mejor a terapias basadas en el cuerpo, acompañando a la terapia psicológica, porque la terapia tradicional de “habla” lo que puede causar es una regresión al momento traumático, al suceso generador del trauma, reviviendo las memorias de ese evento y causando la sensación de repetición una y otra vez. Y, mientras la mente pasa horas incontables reviviendo el evento y re contando la historia, no es posible borrar los efectos de lo sucedido (terror, rabia, depresión y sensación de impotencia) que de una u otra forma se manifiestan en el cuerpo.
El trauma no es la historia que contamos sobre la violencia que atravesamos o el horrible accidente que tuvimos, no se trata del evento en sí. Se trata de las cosas que no podemos dejar ir, “los residuos de las huellas”.
​
Impacto físico y psicológico del trauma
El estrés postraumático se caracteriza por re-experimentar persistentemente el evento traumático, evasión persistente de estímulos relacionados al trauma, respuestas numerosas y aumento en la excitación fisiológica. Personas con estrés postraumático tienden a tener dificultad en calmarse o auto regularse, reflejan altos niveles de activación del sistema nervioso parasimpático y un bajo nivel de variabilidad del ritmo cardíaco, marcador de la flexibilidad sistema nervioso autónomo.
El estrés post-traumático ha sido caracterizado por estos síntomas:
-
Lxs sobrevivientes re-experimentan el trauma.
-
Es una experiencia crónica de alteración, reportan sentirse en guardia, en completo estado de alerta, un aumento a la respuesta y al sobresalto.
-
Encogimiento, entumecimiento.
-
Disociación de las experiencias abrumadoras de estrés.
-
Shock e incredulidad.
-
Vergüenza y culpabilidad.
-
Es habitual querer olvidar lo ocurrido a toda costa y evitar lugares y personas que puedan recordar a la agresión.
-
Extrañeza, confusión y cambios en la imagen que se tiene del propio cuerpo.
-
Necesidad de estar a solas y no hablar con nadie.
-
Pensamientos repetitivos sobre la violación, flashbacks y pesadillas
-
Sentimientos intensos de tristeza, llegando incluso a la depresión.
-
Estar alerta y nervioso constantemente, con problemas de concentración y/o sobresaltándose por cualquier cosa.
-
Irritabilidad y enfado.
-
Síntomas físicos: alteraciones del sueño, pérdida del apetito, ansiedad, dolores de cabeza y estómago, temblores, sudoración, taquicardias…
-
Miedo.